La realidad empieza a fundirse con mi imaginación y lo cierto es que no me importa ya. Todo tiene un límite, todo se acaba algún día, y mi resistencia parece doblegarse ante el dulce abrazo de la apatía.
La apatía. Esa vieja compañera con la que anduve casi cuatro años y a la que creí haber encerrado en un profundo y oscuro armario. Ahora se cuela sigilosa en mi cuarto. Se mete en mi cama cada mañana al despertar y me abraza con su cálida piel, con su suave voz. Me abraza y susurra. Yo ahora escucho, no es que preste atención, pero no trato de echarla... ¿no es eso su victoria de hecho?
Me levanto como si no me hubiera acostado, rota, apalizada, con dolor en los ojos, en las rodillas, me ha pasado un tanque por encima mientras "no-dormia". Pero no puedo dormir. Estoy en la cama. Miro el techo, o quizá me mira él, no lo sé. Ya no sé nada con certeza. ¿Cómo saber si mis pensamientos e ideas son mios o son de La Locura?
¿En qué punto sabes si una loca idea es simplemente la única vía o es una locura absurda que debes desechar para volver a tu asfixiante realidad?
Y esas dos absurdas palabras, que me atosigan y me estrujan la garganta como si hubiera tragado una pelota de tenis, tratan de volverme del revés; me gritan, me persiguen; no importa que corra o ponga música a toda pastilla; ahí están, golpeándome la cabeza y el corazón con bates y ya empiezo a quebrarme.
Pero no tiene sentido te dices, NO. Pero entonces, ¿qué puede ser? Y aún peor, de ser verdad, ¿qué puedes hacer? ¿a parte de nada quiero decir? Pues eso. NADA. Bueno sí. Puedo largarme, pero no huir. Cuando un alérgico se aleja del agente que le daña no huye, evita el daño. Eso voy a hacer. Evitar el daño. Más daño.
Resaca de un alcohol que no bebí, cansancio de vivir. Por doquier maniquíes que me observan con sus fríos ojos, que se ríen de mi desdichada soledad con su burlona y maliciosa sonrisa. Trato de hablarles, les hago señales; pero todo lo que obtengo es indiferencia, gestos rígidos, miradas duras, pieles de plástico, cerebros vacíos. Estoy sola y sola voy a estar. Ando, ando y corro. Pero todo son maniquíes. ¿Dónde hay personas? ¿Dónde alguien con quien hablar? ¿Dónde un oído, un hombro?
Suena el teléfono, el móvil, me hablan por Messenger, mensajes en Facebook, correos electrónicos... Todos quieren algo, todos exigen algo; con todos hay que cumplir, a todos satisfacer. Si pudiera verme desde el espacio sé que me vería en el fondo de un gran y profundo cráter, de resbaladizas y empinadas paredes. Y la única forma de subir es agarrarme a los fideos de espagueti que me arrojan. Pero tras quebrar unos cuantos ya no insisto, ya he aprendido. Ya no trato de subir, ahora cavo en el cráter. Ya no me quedan uñas y hasta los huesos de los dedos se han limado. Mi sangre riega la tierra que piso, que cavo. Todos desde arriba me gritan que suba, que no me rinda, que no falle; pero yo solo quiero desaparecer bajo la tierra. Quiero descansar.
Tres noches sin dormir. Esta noche será la cuarta. Mañana puede que no pueda ya ni escribir. Que la locura por fin haya hecho presa de mi, ¿o lo ha hecho ya?
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