El vicio solitario e inofensivo de la escritura. Poner palabras en la página. Verlas flotar en la pantalla del ordenador. ¿A dónde hemos llegado? A ningún sitio, es evidente. Pero insistimos. Pese a todo, insistimos. Es una manera como cualquier otra de entretener la espera.
La única conclusión a la que se puede llegar es que no sabemos nada, que nunca sabremos nada, que no hay esperanza ni redención en esta vida, y que, en cuanto a una vida futura, una vida más allá de esta vida, no nos serviría ahora mismo de nada aun en el caso de que existiese. Siempre recuerdo una pintada que vi una vez en un muro hace algunos años. Decía: «¿Hay acaso vida antes de la muerte?». Eso es en realidad lo que estamos haciendo todos, queramos o no, lo sepamos o no: deslizarnos hacia una muerte segura. Todo lo demás es nuestra comedia cotidiana, los pequeños detalles, el teatro, trampas y trucos para ir sobreviviendo con un mínimo asomo de dignidad. Una farsa patética. Te paras y le bajas el volumen al mundo, olvidas por un momento el ruido, la bulla, las palabras, y ves el juego claramente: peces mudos atrapados en una pecera. Nos acercamos al cristal, miramos al exterior, no vemos nada. Nos rodea la oscuridad. La mayor parte de la gente opta por seguir con su vida como pueda. La mayor parte de la gente, quiero decir, que piensa en estas cosas siquiera. La gran masa ni se entera. No es consciente de estar en ninguna pecera. Pero somos eso: peces perdidos en una pecera. Moviéndonos, como hacen los tiburones, para no dejar de respirar.
Lo fatal es quedarse quieto. Si te quedas quieto, si bajas el volumen, si aplicas una particular mirada al mundo, si tomas distancia, estás perdido. Yo sé que lo estoy. Perdida, desde que tengo uso de razón. Garabateando para entretener la espera. No deja de ser un modo de disimular. Como cuando entras en un bar y todo el mundo está mirando la tele. No saben ni lo que están viendo. Simplemente miran la tele porque es la opción más fácil en ese momento. Disimulan, y ni siquiera saben por qué. Como cuando subes al autobús buscando un asiento libre para sentarte sólo, y la gente te mira pensando "que no se siente aquí". Y al final tienes que sentarte forzadamente al lado de alguien que te mira con incomodidad y desprecio, pensando que él ha llegado antes y tiene más derecho que tú a estar ahí.
Es todo bastante patético. ¿El infierno? Está aquí. Y nosotros estamos en él.
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