lunes, 28 de febrero de 2011

INSOMNIO

Son ya tres noches seguidas sin dormir nada, ni un solo minuto. Durmiendo en cortos periodos tras los que despierto sobresaltada, con el corazón en un puño que boxea, para, durante un largo rato luchar contra mis obsesiones, mis fantasmas, mis pensamientos.

La realidad empieza a fundirse con mi imaginación y lo cierto es que no me importa ya. Todo tiene un límite, todo se acaba algún día, y mi resistencia parece doblegarse ante el dulce abrazo de la apatía.
La apatía. Esa vieja compañera con la que anduve casi cuatro años y a la que creí haber encerrado en un profundo y oscuro armario. Ahora se cuela sigilosa en mi cuarto. Se mete en mi cama cada mañana al despertar y me abraza con su cálida piel, con su suave voz. Me abraza y susurra. Yo ahora escucho, no es que preste atención, pero no trato de echarla... ¿no es eso su victoria de hecho?

Me levanto como si no me hubiera acostado, rota, apalizada, con dolor en los ojos, en las rodillas, me ha pasado un tanque por encima mientras "no-dormia". Pero no puedo dormir. Estoy en la cama. Miro el techo, o quizá me mira él, no lo sé. Ya no sé nada con certeza. ¿Cómo saber si mis pensamientos e ideas son mios o son de La Locura?
¿En qué punto sabes si una loca idea es simplemente la única vía o es una locura absurda que debes desechar para volver a tu asfixiante realidad?

Y esas dos absurdas palabras, que me atosigan y me estrujan la garganta como si hubiera tragado una pelota de tenis, tratan de volverme del revés; me gritan, me persiguen; no importa que corra o ponga música a toda pastilla; ahí están, golpeándome la cabeza y el corazón con bates y ya empiezo a quebrarme.
Pero no tiene sentido te dices, NO. Pero entonces, ¿qué puede ser? Y aún peor, de ser verdad, ¿qué puedes hacer? ¿a parte de nada quiero decir? Pues eso. NADA. Bueno sí. Puedo largarme, pero no huir. Cuando un alérgico se aleja del agente que le daña no huye, evita el daño. Eso voy a hacer. Evitar el daño. Más daño.

Resaca de un alcohol que no bebí, cansancio de vivir. Por doquier maniquíes que me observan con sus fríos ojos, que se ríen de mi desdichada soledad con su burlona y maliciosa sonrisa. Trato de hablarles, les hago señales; pero todo lo que obtengo es indiferencia, gestos rígidos, miradas duras, pieles de plástico, cerebros vacíos. Estoy sola y sola voy a estar. Ando, ando y corro. Pero todo son maniquíes. ¿Dónde hay personas? ¿Dónde alguien con quien hablar? ¿Dónde un oído, un hombro?

Suena el teléfono, el móvil, me hablan por Messenger, mensajes en Facebook, correos electrónicos... Todos quieren algo, todos exigen algo; con todos hay que cumplir, a todos satisfacer. Si pudiera verme desde el espacio sé que me vería en el fondo de un gran y profundo cráter, de resbaladizas y empinadas paredes. Y la única forma de subir es agarrarme a los fideos de espagueti que me arrojan. Pero tras quebrar unos cuantos ya no insisto, ya he aprendido. Ya no trato de subir, ahora cavo en el cráter. Ya no me quedan uñas y hasta los huesos de los dedos se han limado. Mi sangre riega la tierra que piso, que cavo. Todos desde arriba me gritan que suba, que no me rinda, que no falle; pero yo solo quiero desaparecer bajo la tierra. Quiero descansar.

Tres noches sin dormir. Esta noche será la cuarta. Mañana puede que no pueda ya ni escribir. Que la locura por fin haya hecho presa de mi, ¿o lo ha hecho ya?




lunes, 21 de febrero de 2011

La muerte está presente en todos los momentos de nuestra vida, ella siempre nos acompaña, aunque no la percibamos, camina a nuestro lado, esperando que llegue su momento de actuar.


Vamos a morir. Con toda certeza. Es una realidad que nadie pone en duda. Nadie discute. Es totalmente segura. Y afecta mucho a la vida humana, de modo que la sensatez invita a plantearse la vida teniendo en cuenta la realidad indudable de la muerte. 


Así que ya que tenemos que morir disfrutemos de la vida plenamente, sin pensar en lo que habrá o no habrá después, ese ya es otro tema...

viernes, 18 de febrero de 2011

Como bien dijo Confucio: "¿Qué es la muerte? Si todavía no sabemos lo que es la vida, ¿cómo puede inquietarnos el conocer la esencia de la muerte?"


Realmente la muerte forma parte de la vida, entonces ¿por qué hemos de temerla? Sabemos que tarde o temprano llegará, porque nacimos para morir. Aún seguimos creyendo que existe el famoso elixir de la eterna juventud: cremas anti-edad, alimentación macrobiótica, melatonina...Al final todo esto no son más que trucos para engañar y retrasar a la muerte.


La verdad es que en un mundo con sobrepoblación, cambio climático, problemas ambientales, escasez de agua, pocas oportunidades de trabajo, mala educación y un sistema de gobierno que deja mucho que desear... ¿quién quisiera vivir en un mundo que sabe que en el futuro la existencia humana se basará prácticamente en la supervivencia? ¿Tendría que ser realmente necesario alargar la vida?


Debemos comenzar por alargar la vida, pero de nuestro planeta, quien realmente lo necesita, y lo pide a gritos! Para que las próximas generaciones puedan disfrutar de un mundo mejor, ya que nosotros ya no vamos a estar para vivirlo, la muerte nos habrá llevado con ella para siempre.







lunes, 14 de febrero de 2011

¿HAY VIDA ANTES DE LA MUERTE?


El vicio solitario e inofensivo de la escritura. Poner palabras en la página. Verlas flotar en la pantalla del ordenador. ¿A dónde hemos llegado? A ningún sitio, es evidente. Pero insistimos. Pese a todo, insistimos. Es una manera como cualquier otra de entretener la espera.

La única conclusión a la que se puede llegar es que no sabemos nada, que nunca sabremos nada, que no hay esperanza ni redención en esta vida, y que, en cuanto a una vida futura, una vida más allá de esta vida, no nos serviría ahora mismo de nada aun en el caso de que existiese. Siempre recuerdo una pintada que vi una vez en un muro hace algunos años. Decía: «¿Hay acaso vida antes de la muerte?». Eso es en realidad lo que estamos haciendo todos, queramos o no, lo sepamos o no: deslizarnos hacia una muerte segura. Todo lo demás es nuestra comedia cotidiana, los pequeños detalles, el teatro, trampas y trucos para ir sobreviviendo con un mínimo asomo de dignidad. Una farsa patética. Te paras y le bajas el volumen al mundo, olvidas por un momento el ruido, la bulla, las palabras, y ves el juego claramente: peces mudos atrapados en una pecera. Nos acercamos al cristal, miramos al exterior, no vemos nada. Nos rodea la oscuridad. La mayor parte de la gente opta por seguir con su vida como pueda. La mayor parte de la gente, quiero decir, que piensa en estas cosas siquiera. La gran masa ni se entera. No es consciente de estar en ninguna pecera. Pero somos eso: peces perdidos en una pecera. Moviéndonos, como hacen los tiburones, para no dejar de respirar.

Lo fatal es quedarse quieto. Si te quedas quieto, si bajas el volumen, si aplicas una particular mirada al mundo, si tomas distancia, estás perdido. Yo sé que lo estoy. Perdida, desde que tengo uso de razón. Garabateando para entretener la espera. No deja de ser un modo de disimular. Como cuando entras en un bar y todo el mundo está mirando la tele. No saben ni lo que están viendo. Simplemente miran la tele porque es la opción más fácil en ese momento. Disimulan, y ni siquiera saben por qué. Como cuando subes al autobús buscando un asiento libre para sentarte sólo, y la gente te mira pensando "que no se siente aquí". Y al final tienes que sentarte forzadamente al lado de alguien que te mira con incomodidad y desprecio, pensando que él ha llegado antes y tiene más derecho que tú a estar ahí.

Es todo bastante patético. ¿El infierno? Está aquí. Y nosotros estamos en él.