¿Cómo un día puede ser casi perfecto y el día siguiente un absoluto desastre? ¿Cómo pueden cambiar tanto las cosas en tan poco tiempo?
Cuanto mejor intento hacer las cosas peor me salen, no lo entiendo. Me desvivo por complacer a los demás, especialmente a mi pareja, intento que todo siempre esté bien, pero las cosas no siempre pueden salir bien, y cuando no es así no me importa, por algo no habrá salido como se esperaba, quizás es que haya otra cosa que se pueda hacer mejor. Pero sólo se tiene en cuenta siempre lo malo, nunca lo bueno. No importa que haya habido muchos días buenos, porque el único día que se cuenta es el malo, es por el que se valora toda una serie de acontecimientos.
Tengo pena. Y es que una sensación rara me invade, y sólo puedo relacionarla con la pena...quizás no es pena y es miedo...sí, es muy probable...terror a lo que pueda venir, porque encuentro que muchas cosas no salen como debiesen, como creo merecer que salgan.
Hoy he sentido rabia y pena, porque me he sacrificado tanto!...tanto y no veo los resultados aún por parte alguna, me siento como un saco roto, al cual puedes echar y echar cosas, pero nunca se llena, por más que lucho por hacerlo. Noto pequeños avances, pero no paso de ahí. Además anoche volví a dormir mal después de 2 meses sin hacerlo, y eso también me afecta. Ya me parecía que llevara tanto tiempo sin que el insomnio hubiera vuelto a visitarme, ya me echaba de menos, todo lo contrario que yo a él que lo único que quiero es perderlo de vista.
Aún queda por hacer, y como de costumbre, no bajaré los brazos y continuaré luchando hasta el final. Dicen que cuando uno va perdiendo y logra dar la vuelta al resultado, se siente mucho mejor...espero hacerlo, espero que al menos esa satisfacción, tape todos aquellos orificios que ahora siento en mi.
Cuando las cosas no salen como uno quiere lo normal es agarrarse el cabreo pertinente o llevarse un disgustazo, llorar, gritar o incluso deprimirse y quedarse como atontado –yo he recorrido todos esos caminos en alguna ocasión-, pero luego hay que sacar de donde sea cinco minutos para reflexionar.
Cuando las cosas no salen como yo quiero, recuerdo que tengo mente y corazón, pero no varita mágica; que los otros viven la vida con sus propios deseos, afanes y criterios y no con los míos; que lo que es bueno para mí quizás sea una estupidez para los demás y, sobre todo y por encima de todo, que si algo me es negado es siempre por una buena razón.
Yo soy de esas personas que creen a pies juntillas que cuando llega la enfermedad se puede aprovechar la postración para leer los libros atrasados, que cuando se pierde la cartera es porque ha llegado el momento de comprarse otra nueva, que si el teléfono no suena no llegarán las malas noticias, que si un amigo te falla es porque no era tan amigo, que si duermo sola puedo estirarme todo lo que quiera y si duermo acompañada tengo una ración extra de calorcito, aunque también a veces es mejor estar solo que mal acompañado, y tampoco la resignación es una buena compañía.
Y poco a poco voy intentando que todo me parezca casi bien y quejarme menos de mi “mala suerte” y disfrutar de cada minuto en que estoy en paz –como ahora- escribiendo mientras entra por la ventana la luz del sol de este caluroso mes de Julio de 2011 y tomándome un refresco, para olvidarme por un momento de que hoy no estoy tan bien como ayer, o como los días anteriores, pero a la vez contenta porque sé que mañana volverá a ser un día mejor.
Porque hoy las cosas no me han salido como yo quería y aún así sigo siendo feliz.
Uno a cero a mi favor.
En fin... ¿Quién dijo que la vida era fácil?
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