domingo, 17 de abril de 2011

INSOMNIO ES MI HOGAR

Estoy despierta, pero tengo sueño, no puedo seguir más.
Desciendo al centro de mi insomnio, al centro de mi mal.
Descubro el cielo en mi silencio, descubro cierta paz.
El sueño sigue siendo eterno, sueño sin soñar.

Vivo preguntándome en qué sueña tanta gente, yo sigo deseando el saber lo que se siente.
Yo vivo día a día, vivo sin parar.
Yo pierdo la batalla cada noche que se escapa.
Yo pierdo la cordura cuando el sol me da en la cara.
Yo vivo en mi agonía sin poder soñar, vivo sin parar.

Y sigo inmersa en mi universo, despierto sin final.
Entrando y saliendo desde el cuerpo que no estás.

Vivo preguntándome en qué sueña tanta gente, yo sigo deseando el saber lo que se siente.
Yo vivo día a día, vivo sin parar.
Yo pierdo la batalla cada noche que se escapa.
Yo pierdo la cordura cuando el sol me da en la cara.
Yo vivo en mi agonía sin poder soñar. Insomnio es mi hogar.

Sigo preguntándome que siente tanta gente, soñando con mis sueños, con mis noches diferentes, sintiendo que mi vida es mi oscuridad.

Yo pierdo la batalla cada noche que se escapa.
Yo pierdo la cordura cuando el sol me da en la cara.
Yo vivo en mi agonía sin poder soñar.

Vivo preguntándome en qué sueña tanta gente, yo sigo deseando el saber lo que se siente.
Yo vivo día a día, vivo sin parar.
Yo sigo preguntándome qué siente tanta gente, soñando con mis sueños, con mis noches diferentes, sintiendo que mi vida es mi oscuridad.

Insomnio es mi hogar.

jueves, 14 de abril de 2011

LA MUERTE ESCONDIDA




     Somos primates mortales. Esta tajante afirmación proviene de un par de hechos observacionales: uno es la evolución de las especies: el otro, la evidencia diaria. Y a pesar de ser hechos puros y duros, la mayoría nos negamos a admitirlos. Es más, repudiamos cualquier ascendencia que vaya más allá de la genealogía porque nos revela que somos como los demás seres vivos: nacemos, nos reproducimos y morimos; el resto son detalles.

     Nos indigna considerarnos una más de las miles de millones de especies que han existido sobre el planeta porque nuestro cerebro ha evolucionado hasta adquirir conciencia de nosotros mismos. Nos negamos a aceptar la muerte e imponemos una condición de contorno a la vida humana, exclusiva y totalmente absurda: tenemos inicio, pero no tenemos fin. Y nos embutimos con ese nuevo traje del emperador que llamamos alma.

     Inventamos estrategias para disfrazar nuestro final. No es incomprensible que hayamos arrinconado y ocultado la muerte en la profundidad de hospitales y tanatorios; únicamente en los pueblos puede vivirse con toda intensidad.

     Cuando alguno de nuestros familiares más ancianos muere en sus casas donde se celebra el velatorio, se respira esa emoción contenida, tan castellana, hasta en la misma piedra de los muros. En una parroquia abarrotada el cura habla de salvación y vida eterna, que sólo se encuentra dentro de la Iglesia. El camino al cementerio es presidido por el silencio y el tañido a muerto, que suena a desconsuelo sin saber aún lo que significa. Se ven rostros de dolor, ojos vidriosos, pero nadie llora. Únicamente se rompe el silencio en un momento que prácticamente hemos desterrado de nuestras ciudades. Es el más intenso y emotivo que jamás podamos vivir: cuando la primera paletada cae sobre el ataúd. El golpe seco de la tierra contra la madera hace llorar a muchos, no sólo a familiares y amigos.

     Todos sabemos que así es el fin. Y por eso necesitamos negar que somos primates mortales.